Durante estos días nos hemos enfrentado a uno de los peores sentimientos que puede padecer quienes se consideran “inconformistas” con este término como yo, la incertidumbre.
Incertidumbre de no saber, de no conocer, de no poder ir más allá de lo que estaba empezando a ocurrir.
Han sido días aciagos, no sólo por la realidad que con carácter general ha golpeado a una sociedad como la nuestra, sino por la propia vivencia intrínseca que hemos tenido, tanto en el entorno laboral como en el personal, donde hemos tenido que sufrir pérdidas en las distancia, y no hemos podido acompañar a quienes más queremos en este duro momento.
Pero si algo está y permanece en el tiempo siempre, es el aprendizaje, ese que espero que se instale en nuestra experiencia y recuerdo continuo, también en la de quienes más poder tienen.
Hemos respondido y no esperaba menos, y en la segunda planta (desde donde habla mi experiencia) lo hemos hecho como siempre, trabajando en equipo, organizándonos y apoyándonos entre nosotros.
No dudo de la familia que somos, ni de la vocación que la mayoría de mis compañeros tienen por bandera, esa que te hace sentirte orgulloso y te aferra (aún más si cabe) al sentimiento de pertenencia.
Pero no debemos de olvidar que ya existía lo vulnerable antes de la llegada de este virus, agravando la situación a quienes ya “eran de menos”, Recordemos que siguen estando y que cuando esto pase, continuarán y no desaparecerán, ellos también son merecedores de un despliegue absoluto.
Días estresantes, días agotadores, donde la labor de muchos aquí ha consistido en ser un continuo muro de exigencias y de no entendimientos, de ayuda, de ofrecimiento, de compañerismo y, en ocasiones, de falta de apoyo. Pero días que acabarán convirtiéndose en una etapa, etapa que espero como ya decía, que se convierta en un aprendizaje.
Lucía Sánchez Uzal
Animadora sociocultural de Patología Dual