Mendigos, ladrones, impedidos, menesterosos, indigentes, transeúntes, sin techo… estos y muchos otros términos han sido usados para referirnos a las personas sin hogar a lo largo de la historia.
Desde siempre, han sido un colectivo olvidado, al que no se le ha mirado en su totalidad, pasando desapercibidos para nuestros ojos.
Hasta ahora, el concepto para referirnos a ellos, no ha tenido en cuenta a la persona en su total dimensión, el problema del sinhogarismo, sólo se ha centrado en el atributo de la visión materialista de un “techo”, refiriéndose a la falta o carencia de un alojamiento apropiado, limitándose a la situación física de no tener vivienda.
La noción sinhogarismo, está vinculado a un acercamiento menos físico y más simbólico, donde la vivienda se asocia a la relación y vínculos emocionales (familia, reunión, amigos, seguridad, calma…)
Es a partir de los 80, cuando el problema del sinhogarismo ha avanzado en su dimensión conceptual. Me refiero a conceptual, por que hoy por hoy siguen siendo los “olvidados”.
El interés de los poderes públicos y por tanto medidas de prevención para los colectivos de más extrema exclusión, son escasas o inexistentes y las intervenciones están marcadas por la temporalidad y la inestabilidad residencial, con lo que su problema, lejos de arreglarse, más bien se alarga y se cronifica. Siendo casi imposible conseguir la inclusión social.
Un ejemplo claro de ello, ha sido la crisis sanitaria actual con la pandemia que nos amenaza, ya que nadie ha tenido en cuenta cómo cumpliría el confinamiento domiciliario aquellas personas que carecen de él, a pesar del elevado número que se encuentran en esta situación, 31.000 personas. No sólo no podían realizar el aislamiento, sino que se han quedado sin los pocos recursos que la sociedad les aportaba (baños públicos, comedores, albergues que cierran sus listas de acceso…).
Ha sido necesaria la presión mediática y de organizaciones que trabajan con personas sin hogar, para que la administración haya iniciado medidas, como por ejemplo, dar “techo” en espacios públicos.
Pero son muchas las preguntas que quedan por responder para cuando esto pase… ¿Qué será de esas personas? ¿A dónde irán?
No podemos olvidar, que cuando una persona termina en la calle es que han fallado muchas cosas, no sólo por malas elecciones de vida, sino por factores externos a la persona, como el difícil acceso al mercado de vivienda, a pesar de tener un trabajo, insuficiencia de ingresos, situaciones de abuso o maltrato y abandono…
Por tanto, estamos ante una problemática que irá en aumento y que cualquiera de nosotros puede vivir de cerca. Es por ello, por lo que no debemos pasar de largo ante tales situaciones y acercarnos a la realidad de los colectivos más vulnerables, para poder ser la voz de los que la han perdido.